Jefe, pensaba decirte otras cosas, pero al final decidí hablarte de dos ausencias cercanas a la tuya. Matías y José.
A Matiítas Falcón lo despidieron ayer en Palmira con controversias de octosílabos. Con décimas improvisadas, quise decir. Hace como par de años el hijo se lo había traído de La Rosita y vivía en la última cuadra del Bulevard de Cienfuegos. Casi a diario me lo encontraba por las tardes sentado en un banco de granito, como si extrañara la yerba húmeda o la línea del ferrocarril que pasaba por el patio de su casa. Durante los últimos meses siempre me paraba para preguntarme por ti. Pero, primero con tu ingreso, y luego sabe Dios por qué, había dejado de verlo. Se fue un jueves como tú. Sólo dos jueves más tarde.
Ahora abro Internet y me entero que José tampoco está ya. A ese seguro que no lo conocías. Yo sabía quien era. Sólo eso. Uno de los tipos que mejor llenaba de letras una página en blanco. Fue pobre como nosotros, viejo, y cuando la fama le permitió vivir de rico, siguió defendiendo a los pobres. No creía en Dios, pero bueno, hay que respetar la libertad de pensamiento, ¿verdad?. También estuvo en manos de hematólogos los últimos tiempos y en estos días de junio ya casi no hablaba, pero reía bastante.
Por si te dice algo, el apellido era Saramago y en 1998 le dieron el premio que millones de escribientes en este mundo sabemos imposible.
viernes, 18 de junio de 2010
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