martes, 8 de junio de 2010

Cartas al Jefe (I)

Jefe: El domingo fui a la casa y te sembré una matica de siempreviva. Recuerdas que así te llamaban las enfermeras de Hematología. Mayelín, la jefa de todas ellas, y sobre todo la chiquitica que te decía mi viejo lindo y tú rebautizaste Cartagena, por el pueblito donde vive.

La última mañana que entró a trabajar y descubrió que la cosa pintaba fea, Cartagena te dio un beso en la frente. Bueno, no sé por qué te lo cuento. Dicen que cuando dio medio vuelta llevaba en el rostro humedades que no son propias de quienes lidian a diario con vidas al borde del precipicio.

Jose me acompañó a La Loma, el domingo,  y trajimos a casa una bolsa de tierra mezclada. Un poco del lugar donde calculo estuvo la primera casa de ustedes, la que tumbó el ciclón del 35. Me lo confirmaste hace unos días, una mañana que estuviste muy hablador. Lo completamos con otro poco excavado del lugar exacto donde estuvo el único cuarto del hogar de nuestra niñez. Fue mucho más fácil de ubicar porque aún quedan las bases de cemento.

Hacía tres-cuatro años que no iba a La Loma. Quizá la última fue un fin de año que te llevé con Jesús en el carro de la UPEC. Lolo estaba gordo y vivo. Quien iba a suponer que se iría casi tres años antes que tú. Recuerdo que entonces recogí limones franceses de una mata que en su tiempo sembró la vieja. Esta vez no me percaté si todavía existe. Se me pone el corazón chiquitico cada vez que veo aquellos campos casi sin casas. Del carajo, Jefe.

Elsa me regaló la palaganita azul que acompañó tus dos últimos ingresos hospitalarios. En ella dejaste la vida, viejo. Ahora es la maceta donde crece la siempreviva.

Mañana pienso darle una vuelta a la vieja. Dice que hay que mantener cerrada la puerta de la calle durante nueve días. Pero tú sabes como son los chiquillos.

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