jueves, 8 de julio de 2010

El día que esperabas por mi

Jefe: Hace 53 años a la hora que escribo estas líneas, poco más de las siete de la tarde, me imagino que estarías hecho un mar de nervios. Y no era para menos; la vieja no acertaba a parirme y yo corría peligro. Yo sé lo que es eso de esperar la llegada del primogénito, que puede ser una primogénita como en mi caso. El caso es que desde temprano en la mañana de aquel segundo lunes de julio comenzó el corre-corre. Primero a Cruces con el doctor Mantecón. Allí no pudo ser y vinieron hasta Palmira. Al parecer me salvó el hecho de que Nano Hernández, tío de la vieja, fuera sargento político y consiguiera el ingreso en el Hospital Civil, el edificio de los anchos muros decimonónicos que dos años después demolieron. Me trajo al mundo, con ayuda de fórceps, un ginecólogo a quien sólo recordabas como El Manquito.


La historia la reviviste en la sala de Oncohematología una mañana de fines de mayo, que te dio por estar hablador, y yo aunque me la sabía quería escucharla una vez más. En la certeza de que sería la última.

Hoy hubiera ido a la casa a que me dieras uno de esos largos abrazos con que aprendiste a apretarme en los últimos años.

Estoy convencido de que siempre lo supiste, pero para que quede en blanco y negro, hoy que cumplo 53 y según la definición de mi amigo Luis Sexto sólo hace un mes y cinco días que soy adulto: TE QUIERO MUCHO, VIEJO.

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