martes, 27 de julio de 2010

Noventa y uno


Hoy hubieras cumplido 91, Jefe. O mejor los cumpliste. Sólo que faltó la reunión familiar y el almuerzo convocador de todos ante la mesa presidida por tu hálito de patriarca sin barba luenga, pero infinita bondad. De patriarca sin pretenderlo, como sorprendido de que la vida te hubiera conferido un papel protagónico. A ti, el más sencillo de todos los hombres. Porque a ver, dime, ¿Qué otra cosa significaba ser centro de nuestros cariños?
En la mañana te llevamos flores y en la tarde, Angelito y yo, fuimos a ver a la vieja, que hubiera querido acompañarnos con los pétalos del recuerdo.
Durante toda la jornada mi mente desandó los caminos de la memoria buscando hacia atrás en los últimos años un día de tu cumple que no fuera a llevarte aunque fuera el regalo de un abrazo. Sólo logré identificar el de hace tres años, cuando andaba tan lejos y tenía tantas ganas de regresar como canas pueblan hoy mi cabeza de huérfano mayor.
De todas formas, mi abrazo de los 91 encontró seguro asidero allá donde habitas para siempre. Donde tu ejemplo me alumbra el camino.

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